CARLOS VAZ FERREIRA
imponérsenos en un tercer estado espiritual más comprensivo, en que no podemos tomar como guía sólo, en que no podemos abandonarnos completa- mente a los sentimientos, sin embargo tan humanos y nobles, que nos elevaron sobre la dureza de aquel estado primero.
Y esto, pedagógicamente, es (lo repito) muy im- portante, porque sólo el que llegue a este tercer plano, sólo quien domine las verdaderas razones, está defendido. Si no, en cuanto llegue a disolver- se cierto convencionalismo y en cuanto sea debi- litada la precaria defensa religiosa, se caerá en un generoso error.
Vamos a examinar, pues, más hondo: lo que es laborioso, porque hay que tener en cuenta muchas cosas, y, sobre todo, ser muy sincero.
Ante todo, hay que librarse de un equívoco, de un equívoco verbal: del creado por la palabra “libre”.
Libre, en la legislación, ya lo es, el amor.
Nótese que los códigos no impiden las relacio- nes libres entre seres capaces, ni se las castiga en la época moderna.
Y se dan derechos a los hijos en esos casos.
Lo que hacen las leyes es estimular la unión monógama, hacerla caso de preferencia; conside- rarla, diremos, tipo social y aspiración social; adaptarle un régimen legal, registrarla, dar prefe- rencia a los hijos de esa forma de unión, etc.
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