LUIS GIL SALGUERO
Entonces, podría creerse que existen dos clases de pensadores: los que trabajan dentro de las co- rrientes tradicionales y agregan nexos nuevos a la serie, explorada ya, y los otros, atraídos por lo innominado, avisores angustiados y solitarios, con el porvenir fatalizado y que no entroncan con la tradición filosófica. Pero aún existe una tercera clase de pensadores: los que comprenden la nece- sidad o la fatalidad de lo sistemático, que saben y han visto lo misterioso y desconocido, y que, entre el mundo de las re.:lidades conceptuales y verba- les y las otras, tratan de tender un puente de rela- ciones vividas y sentidas.
Para los primeros, el hecho significativo es el que se somete a las operaciones de la razón; el saber, el de la tradición, más el nuevo saber que aquella puede incorporarse; para los segundos, pensadores alógicos, el mundo, “es más hondo de lo que piensa el día”; el saber adquirido, un no saber derivado del miedo del hombre que para rehuir la incertidumbre, define el dogmatismo de la razón o se inmaterializa en lo invisible. Para es- tos no importa tanto lo explicado, como la conser- vación de las condiciones reales e ideales que hacen posible el progreso en la explicación, por precarias que sean las adquisiciones. Conto representantes de estas tendencias dispares, puede citarse: a Descar- tes, a Leibnitz, a Kant; a Pascal, a Kierkegaard, a Nietszche, a Dostoyewsky; y finalmente, a nuestro
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