Vuelto en sí exclamó:
— «Esto, sin duda, es una equivocación, y aunque no la haya, yo no debo aceptar.»
Y como si temiese desistir de su propósito, salió apresuradamente de su casa, llevándose el pliego que acababa de recibir; tomó un droshy, se hizo conducir al palacio Imperial, y por medio del secretario, solicitó ver al Emperador.
Un rato después hallábase en presencia de este Soberano, que le dijo con su habitual benevolencia:
— No esperaba veros tan pronto, caballero. Sin duda habeis adivinado que he leido ya vuestra admirable traducción, y venís á que os repita mis felicitaciones.
— Señor, no vengo á eso,— contestó Miguel trémulo de emoción, — por más que la benevolencia de V. M. colme mis mayores deseos.
— Entónces...
— Vengo, aunque no ignoro que no se debe interrogar á los Príncipes, á saber de V. M. si este pliego está efectivamente destinado á mí.
— Sin duda, caballero.
— Pero señor, yo no puedo aceptar.
— ¿Por qué causa?
— Voy á hablar con el corazon en la mano, señor. Sabiendo que V. M. es el Príncipe más espléndido de Europa, esperaba un gran regalo de su parte; pero el que acabo de recibir es tan superior á mis esperanzas y á mi escaso merecimiento, que mi conciencia no me permite...
— Decid vuestro orgullo, —interrumpió el Czar con acento severo.
— Señor...
— Fijaos en mis palabras, caballero. Tengo entendido que sois noble.
— Sí, señor.
— Pues bien, debeis saber que un noble jamas se desdeña de aceptar los dones de un Soberano, por grandes que sean.
— ¡Ah, señor!
— Pero prescindo de esta consideración, dejo aparte vuestra personalidad, y os pregunto: ¿qué debe hacer uno de los Monarcas más espléndidos de Europa, como vos decís, para honrar la