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sólo de este modo se concibe que en el corto espacio de dos meses terminase su obra, hecha y corregida á toda conciencia. El Emperador, sin leerla, mandó imprimirla é ilustrarla con un lujo verdaderamente régio, bajo la dirección de aquel, que no descansó hasta dejar en la biblioteca imperial los numerosos ejemplares de aquella magnífica edición.

Cuando se presentó al Soberano para llevarle algunos, pedidos por él, el Czar dió las más expresivas gracias al jóven traductor, y le dijo: «Desde hoy mi biblioteca tendrá una joya más, y yo ratos de agradable entretenimiento.»


XI.

Seis dias después el Príncipe de Lucko recibió un ejemplar de la nueva traducción, en cuya portada se leia la siguiente dedicatoria autógrafa del Emperador:

«A la Princesa María Lucko, á la cual interesará este libro.»

El secretario particular del Czar se presentó también en casa de Miguel y le entregó un gran pliego cerrado y sellado con las armas imperiales, ausentándose inmediatamente.

Rompió nuestro héroe la cubierta, se enteró de su contenido y cayó en un sillón, trémulo de emoción y asombro.

En primer lugar halló un título de Conde, expedido á su nombre, con la denominación de Peterhof; una de las residencias imperiales.

Luego, los títulos de propiedad de una vasta posesión situada en Moineaux, cerca de Moscow, y que rentaba seis mil rublos anuales.

Y, por último, dos talones del Banco de San Petersburgo, por valor de cincuenta mil rublos cada uno.

Era todo esto tan inconcebible, tan inaudito, que el pobre jóven, aunque ya familiarizado con las sorpresas, lo creyó un sueño, una nueva faz de los castillos en el aire que habia edificado en Badén ó en Hamburgo.

Sólo después de leer y revisar repetidas veces aquellos títulos de propiedad y aquellos valores, llegó á convencerse de que no era presa de las expléndidas alucinaciones de un cuento oriental.

En los primeros instantes la emoción paralizó sus acciones y casi sus pensamientos,