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IX.

Si alguna vez la absorción del derecho común por una individualidad y la creencia en el derecho divino pudieran hallarse justificadas, hubiéranlo estado en la persona del Emperador Nicolás.

No se comprendia que aquel hombre tan varonilmente hermoso pudiera ser súbdito, y se transigia con la idea de que la belleza es el poder, ó el poder da origen á la belleza.

El Czar recibió á Miguel en pié, apoyada la mano izquierda sobre un gran velador de malaquita, en una actitud noblemente graciosa, que permitía admirar su elevada estatura y las perfectas proporciones de su cuerpo. Vestia un traje militar, y tenía la cabeza descubierta: cabeza soberana, llena de expresión y energía, no obstante sus rubios cabellos y el claro azul de sus ojos.

Al fijar éstos para examinar al jóven extranjero, despidieron una mirada profunda é inteligente á modo de un relámpago, y luego volvieron á adquirir su habitual dulzura: así en algunos lagos de América el viento levanta momentáneas tempestades que turban aquella cristalina superficie donde se refleja el cielo.

El Emperador, con un ademan cortés, indicó á Miguel uno de los dos sillones que habia al lado del velador, y sentándose en el otro, dijo en su idioma nativo:

— Sentaos, caballero; tenemos que hablar un rato.

Miguel se sentó.

— He deseado veros, —repuso el Czar,— porque espero de vos un gran servicio.

— ¡Señor! —dijo el jóven inclinándose.

— ¿Os llamais M. Miguel Laso de Castilla y sois español?

— Así es, señor.

— Pues bien, caballero, tened la bondad de escucharme, y comprenderéis la causa de haberos molestado.

— Eso no es posible, señor. V. M. es muy bondadoso.

— Caballero, —repuso el Emperador,— hay en la literatura española una obra admirable, obra cuya imperecedera fama ha llegado á Rusia como á todos los pueblos del mundo civilizado.

—Creo que V. M. se refiere al Don Quijote de Cervantes.

— Justamente, caballero: á ese libro inmenso, que hace desear