Ama y serás amado, dice un poeta árabe: yo lo creo así, y esto es mi mayor tormento. Si, yo creo que María no podría resistir á la trasmisión de mi amor; y sin embargo, no puede, no debe ser mia; media entre ambos un obstáculo superior á su mismo desden...»
La modista cesó de leer, y dijo:
— Aquí acaba la carta, ó, mejor dicho, no acaba; pues como veis, está interrumpida. Pero ¡Dios mío! ¿Qué es eso? Llorais, señora Princesa.
— Sí, —contestó ésta enjugándose los ojos con su pañuelo;— no he podido sobreponerme á mi emoción. A qué ocultároslo: esa jóven se refiere á mí en su carta.
— ¡Ah! No me engañaba.
— Le conocí en Madrid: no me ha hablado nunca, pero sé que me ama.
— ¡Y con qué amor, señora Princesa! Ya no extraño su desden hácia mí.
La Princesa contó a Madlle. Guené los paseos del Retiro, el incidente de su caída el dia en que Miguel la llevó en brazos hasta su coche; la noche que le vio en el vestíbulo del teatro, y sus sospechas é inquietudes respecto al duelo.
— ¿Y qué vais á hacer, señora Princesa? —preguntó la modista;— ese jóven os ama hasta el extremo de morir por causa vuestra.
— ¿Lo sé yo acaso, puedo remediarlo?
— ¿ Mr. Miguel os interesa ?
La Princesa no respondió.
— La pregunta es ociosa, —repuso Madlle. Guené;— esas lágrimas son la mejor respuesta.
— Y aun cuando me interesara, aunque le amase, ¿qué me es dado hacer por él?
— Lo que yo haria en vuestro lugar.
— ¡Ah, Madlle.!
— Mr. Miguel, aunque pobre, es de buena familia.
— ¿Basta eso por ventura? ¡Oh! No comprendeis las preocupaciones de nuestra clase.