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origen de su inquietud durante tantos dias. ¿Qué tendria que ver el jóven español con Madlle. Guené? ¿Por qué ésta demostraba tan gran interés por él: se amarían quizá? Esta suposición, aunque contrariaba un tanto á la Princesa, la satisfacía en cierto modo. Se conocia á si propia: comprendia que su altivo y delicado corazón, débil contra una pasión profundamente sentida, rechazaría orgullosamente el vulgar amor de un hombre indigno de ella.

La presencia de la modista interrumpió sus cavilaciones. Madlle. Guené dejó sobre un velador una caja de encajes que traia, é iba á abrirla, pero se detuvo al oir á la Princesa que dijo:

— Dejemos eso, luego lo veremos. Sepamos vuestros disgustos, Madlle. ¿Cómo está el herido?

— Le he encontrado durmiendo, lo cual me parece muy buen síntoma; ¡pobre jóven! ¡Si supierais cuánto ha sufrido, cuánto ha delirado!

— ¿Pero es grave su estado? —preguntó la Princesa.

— Lo ha sido. Desde ayer el médico dice que responde de su curación.

— ¿Decís que no es de vuestra familia?

— Apénas le conozco, porque él y su criado son tan reservados... En fin, ya que os dignais interesaros, os referiré en las menos palabras posibles la causa de hallarse en mi casa ese jóven, que en mal hora vino á ella.

— Os escuchamos con la mayor atención, Madlle, —dijo la Princesa, cada vez más curiosa é inquieta.

La modista cerró la puerta que comunicaba con la tienda, y sentándose al lado de ambas señoras, dijo:

— Aunque mi almacén no ocupa más que los primeros pisos de esta casa, tengo tomada en alquiler toda ella, accediendo á las condiciones de su dueño. El último piso me es enteramente inútil, y como está dividido, en varias habitaciones, suelo subarrendarle á personas, generalmente de escasos recursos, pero de estado decoroso y de buenas costumbres. Hace cerca de dos meses, á fines de Agosto, admití á un jóven extranjero, maestro de lenguas, y á su criado en clase de pupilos, pero, según mi costumbre, sin asistencia, y sí sólo para ocupar una de las habitaciones.

Desde el momento en que le vi me interesó este jóven, que se llama Mr. Miguel Laso de Castilla, ilustre apellido, según su criado, y que sin duda da origen al orgulloso aunque benévolo carácter de aquel.