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Eran la Princesa María y su aya. La oficiala, mayor del establecimiento se adelantó á recibirlas, y dijo:

— Aunque Madlle. Guené no puede hoy recibir á nadie, creo que debo hacer una excepción por deferencia hacia la señora Princesa. Voy á avisarla.

La célebre modista se daba, por lo visto, todo el tono propio de su alta importancia social.

Las dos señoras esperaron en una sala de recibo que habia en la trastienda.

Momentos después presentóse la dueña de la casa.

La Princesa al verla, experimentó alguna sorpresa. Madlle. Guené, que de ordinario mostraba un aspecto alegre y satisfecho, y un semblante rebosando frescura y salud, estaba pálida, ojerosa y triste; el primoroso esmero de su traje habia desaparecido, y en resolución, todo indicaba en ella una mudanza extraña en su modo de ser habitual.

— ¿Os ocurre alguna novedad, Madlle. Guené? —preguntó la Princesa.

— Si y no, señora Princesa, —contestó la modista.— Hay un enfermo en casa, aunque no de mi familia.

— Vuestro aspecto indica que pasais malos ratos.

— Cierto, señora Princesa, tengo un corazón demasiado sensible. ¡Cómo ha de ser! —repuso la modista suspirando— Dios, sin duda, me castiga por mi pasada alegría é indiferencia..

— No os comprendo.

— Ni yo me comprendo á mi misma, señora Princesa; pero la verdad es que desde que conocí á ese jóven...

— ¡Ah! ¿Un jóven?

— Si, señora Princesa. Pero soy una impertinente. Supongo que deseareis ver los nuevos encajes de Nancy y...

— Poco á poco, Madlle., —interrumpió la Princesa;— no me tengáis por tan frívola y por tan indiferente á vuestros disgustos. Habéis dicho que tenéis un enfermo. ¿Quién es?

— Sois muy bondadosa, señora Princesa: el enfermo, ó mejor dicho el herido, es un jóven extranjero...

— ¡Un jóven extranjero herido! —volvió á interrumpir la Princesa, cuyo corazón latia de emoción.— ¿Y cómo se halla herido, quién es?

— ¡Ah! Señora Princesa, no lo sé. Ignoro la causa de esta