el jefe del 12, me achacaba á mí su muerte, y, asimismo que en la Esquina tenía algunos medios de vivir, confirmando todos, por supuesto, que la noticia del fusilamiento se la dió Dios en sueños.
Al día siguiente del velorio la mujer desapareció del ejército, sin que nadie pudiera darme de ella razón.
El único mérito que tiene este cuento de fogón, que aquí concluye, es ser cierto.
No todas las historias pueden reivindicar ese crédito.
¿Si será verdad que el público no se ha dormido leyéndolo?
Á los del fogón les pasaron distintas cosas.
Cuando yo terminé, unos roncaban, otros (la mayor parte), dormían.
Se oían sonar los cencerros de las tropillas; la luna despedía ya alguna claridad.
—¡Á caballo, cordobeses!—grité,—¡se acabaron los cuentos!
Y todo el mundo se puso en movimiento, y un cuarto de hora después rumbeábamos en dirección á un oasis denominado Monte de la Vieja.
¡Buenas noches! por no decir buenos días, ó salud, lector paciente.