dichada mujer no podía dejar de interesarme, la dije:
—No, estás equivocada, la cruz de Gómez no está ahí.
—Yo sé—murmuró.
Queriendo convencerla, la dije:
—Yo soy el jefe del 12 de línea, que era el cuerpo de tu hermano.
—Yo sé—murmuró, retrocediendo con marcada impresión de espanto.
—Yo tengo los sueldos de tu hermano para ti; ven á mi batallón, que está en el reducto de la derecha, te los daré y te haré enseñar dónde está su cruz.
—Yo sé—murmuró.
Un largo diálogo se siguió. Yo pugnando porque la mujer fuera á mi reducto para darle los sueldos de su hermano é indicarle el sitio de su sepultura, y ella aferrada en que no, contestando sólo: Yo sé.
El General Gelly, picado por la curiosidad de aquel carácter tan tenaz, al parecer, la hizo varias preguntas:
—¿De dónde vienes?
—De la Esquina.
—¿Cuándo saliste de allí?
—Antes de ayer.
—¿Dónde supiste la muerte de tu hermano?
—En ninguna parte.
—¿Cómo en ninguna parte?
—En ninguna parte, pues.
—¿Te la han dado en Itapirú, ó aquí en el campamento?
—En ninguna parte.
—¿Y entonces, cómo la has sabido?
La hermana de Gómez refirió entonces, con sencillez, que en sueños había visto á su hermano que lo llevaban á fusilar; que como sus sueños siempre le salían