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sorben por completo la existencia de ningún mortal. Sólo Dios es imperecedero.

La muchedumbre olvidó luego, como ves, el trágico fin del cabo.

Yo me dispuse á cumplir sus últimas voluntades.

Llamé al sargento 1.º de la compañía de Granaderos, y con esa preocupación fanática que nos hace cumplir estrictamente los caprichos póstumos de los muertos queridos, le pagué el peso que le debía el cabo.

Confieso que después de hacerlo sentía un consuelo inefable.

¡Cuesta tanto á veces cumplir las pequeñeces!

Es por eso que el hombre debe ser observado y juzgado por sus obras chicas, no por sus obras grandes.

En el cumplimiento de las últimas está interesado generalmente el honor ó el crédito, el amor propio ó el orgullo, el egoísmo ó la ambición.

En el cumplimiento de las primeras no influye ninguno de esos poderosos resortes del alma humana, sino la conciencia.

Cancelada la deuda con el sargento, me quedaba por hacer la remisión prometida de los haberes devengados de Gómez á la Esquina.

Esperar el Comisario era un sueño. ¿Cuándo vendría éste? Y si venía, ¿estaría yo vivo? ¿Me entregaría, sobre todo, los sueldos del cabo? ¿El Estado no es el heredero infalible de nuestros soldados muertos en el campo de batalla, por él mismo ó por la libertad de la Patria, ó por su honor ultrajado?

¿No es ésa la consecuencia del odioso é imperfecto sistema administrativo militar que tenemos?

Gómez no era un soldado antiguo en mi batallón. Reservándome, pues, ver si recogía sus sueldos de Guardia nacional, resolví mandarle á su hermana los seis ú ocho que se le debían como soldado de línea.