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Las viejas escuelas filosóficas discurrían al revés.

El pasado no prueba nada. Puede servir de ejemplo, de enseñanza no.

Pero me echo por esos trigales de la pedantería y temo perderme en ellos.

Gómez nos hizo pasar una noche amena.

Al día siguiente otras impresiones sirvieron de pasto á la conversación; sin duda alguna que nada hay tan fecundo para la cabeza y para el corazón como dos ejércitos que se acechan, que se tirotean y se cañonean desde que sale el sol hasta que se pone.

Gómez dejó de ocupar por algún tiempo la atención de Garmendia y la mía.

¡Qué persistencia de personalidad!

Una mañana regresando á caballo á mi reducto, pasé como de costumbre por el campamento del viejo querido Mateo J. Martínez.

Jamás lo hacía sin recibir ó dar alguna broma.

Este viejo en prospecto, para que no se enfade, si desconoce su actualidad, tiene la facilidad difícil de hacerse querer de cuantos le tratan con intimidad.

Iba á decir, que al pasar por el alojamiento de don Mateo, supe por él que en mi batallón había tenido lugar un suceso desagradable.

—¿Usted paseando, amigo, y en su reducto matando vivanderos?

—¡No embrome, viejo!

—¿Que no embrome? Vaya y verá.

Piqué el caballo y lleno de ansiedad y confusión partí al galope, llegando en un momento á mi reducto.

No tuve necesidad de interrogar á nadie.

Un hombre maniatado que rugía como una fiera en la guardia de prevención me descorrió el velo de misterio.