Di media vuelta, y como a unos seis pasos a retaguardia, vi al cabo Gómez, cuadrado, haciendo la venia militar, doblándose para adelante, para atrás, a derecha e izquierda así como amenazando perder su centro de gravedad.
Sus ojos brillaban con un fuego que no les había visto jamás.
En el acto conocí que estaba ebrio.
Era la primera vez desde que había entrado en el batallón.
Por cariño y por las prevenciones que me había hecho Garmendia, le dirigí la palabra así:
-¿Qué quiere, amigo?
-Aquí te vengo a ver, che comandante, pa que me des licencia usted.
-¿Y para qué quieres licencia?
-Para ir a Itapirú a visitar a una hermanita que me vino de la Esquina.
-Pero hijo, si no estás bueno de la cabeza.
-No, che comandante, no tengo nada.
-Bien, entonces, dentro de un rato, te daré la licencia, ¿no te parece?
-Sí, sí,
Y esto diciendo, y haciendo un gran esfuerzo para dar militarmente la media vuelta y hacer como era debido la venia, Gómez giró sobre los talones y se retiró.
Pasó ese día, o mejor dicho llegó la tarde, y junto con ella Garmendia.
Contéle que Gómez se había embriagado por primera vez, y me dijo que debía haberío hecho para perder el miedo de hablar con el jefe, que cuando estaba en su batallón así solía hacer algunas veces.
Como él y yo nos interesábamos en el hombre, so-