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las Provincias, para que veas lo que es el país, tomo á mi turno la palabra.

Y este cuento me permitirás que se lo dedique á un mi amigo, que ha hecho la guerra en el Paraguay como oficial de un batallón de Guardia nacional.

Se llama Eduardo Dimet, y como le quiero, me permitirás no te haga la pintura de su carácter y cualidades; porque los colores de la paleta del cariño son siempre lisonjeros y sospechosos.

Voy á mi cuento.

El cabo Gómez, era un correntino que se quedó en Buenos Aires cuando la primera invasión de Urquiza que dió en tierra con la dictadura de Rosas.

Tendría Gómez así como unos treinta y cinco años; era alto, fornido, y columpiábase con cierta gracia al caminar: su tez era entre blanca y amarilla, tenía ese tinte peculiar á las razas tropicales; hablaba con la tonada guaranítica, mezclando como es costumbre entre los correntinos y entre los paraguayos vulgares, la segunda y la tercera persona; en una palabra, era un tipo varonil simpático.

Marchó Gómez á la guerra del Paraguay, en el 1.er batallón del 1.er Regimiento de G. N. que salió de Buenos Aires bajo las órdenes del comandante Cobo si mal no recuerdo, y perteneció á la compañía de granaderos.

El capitán de ésta era otro amigo mío, José Ignacio Garmendia, que después de haber hecho con distinción toda la campaña del Paraguay, anda ahora por Entre Ríos al mando de un batallón.

Un día leíase en la Orden General del 2.º Cuerpo de Ejército del Paraguay, á que yo pertenecía: «Destínase por insubordinación, por el término de cuatro años, á un cuerpo de línea al soldado de G. N. Manuel Gómez.»