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deras vertiginosas de la Cordillera, el híbrido animal es siempre cauteloso. El caballo se lanza como el rayo; la mula tantea antes de ir adelante. Saca una mano, después otra, y es tan precavida, que en donde puso éstas, pone las patas. Cuando hay peligro no hay que advertirla; á nada obedece, ni á la rienda, ni al rebenque, ni á la espuela. Sólo su instinto de conservación la mueve. Es excusado querer dirigirla. Ella va por donde quiere. Morirá despeñada; pero no ciegamente como el caballo, sino por haberse equivocado.

Estando los campos cubiertos de agua, es más necesario que nunca seguir rectamente la dirección de la rastrillada; porque reblandecida la tierra por la humedad, el peligro del guadal es inminente á cada paso.

Cuando salimos de Sarmiento había llovido mucho. á una media legua de allí el terreno tiene un doblez y se cae á una cañada muy guadalosa; así fue que allí hice alto, me despedí y separé de los camaradas que me acompañaban, y después de algunas prevenciones generales á los que me seguían, tomé la dirección llevando el baqueano á mi izquierda, yendo él por una huella, por otra yo.

¡Con qué pena, se despidieron de mí mis leales compañeros! Yo lo leí en sus caras, por más que con afables sonrisas y afectuosos apretones de manos, quisieran disimularlo.

¡Ah!, sólo los que somos soldados, sabemos lo que es ver partir á los amigos al peligro en que se cae o se muere, y quedarnos... ¡Y sólo los que somos soldados, sabemos lo que es ver volver del combate, sanos e ilesos, á los hermanos cuya suerte no hemos compartido ese día!

Hay tales misterios en el corazón humano; abismos tan profundos, de amor, de abnegación, de generosidad, que la palabra no conseguirá jamás explicarlos.