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Terminados los aprestos, recién anuncié á los que formaban mi comitiva que al día siguiente partiríamos para el sur, por el camino del Cuero, y que no era difícil fuéramos á sujetar el pingo en Leubucó.

Más tarde hice llamar al indio Achauentrú y le comuniqué mi idea.

Manifestóse muy sorprendido de mi resolución, preguntóme si la había transmitido de antemano á Mariano Rosas y pretendió disuadirme, diciéndome que podía sucederme algo, que los indios eran muy buenos, que me querían mucho, pero que cuando se embriagaban no respetaban á nadie.

Le hice mis observaciones, le pinté la necesidad de hablar yo mismo sobre la paz de los caciques y el bien inmenso que podía resultar de darles una muestra de confianza tan clásica como la que les iba á dar.

Sobre todos los pensamientos el que más me dominaba era éste: probarles á los indios con un acto de arrojo, que los cristianos somos más audaces que ellos y más confiados cuando hemos empeñado nuestro honor.

Los indios nos acusan de ser gentes de muy mala fe, y es inacabable el capítulo de cuentos con que pretenden demostrar que vivimos desconfiando de ellos y engañándolos.

Achauentrú es entendido y comprendió no sólo que mi resolución era irrevocable, que decididamente me iba al día siguiente, sino algunos de los motivos que le expuse.

Entonces, me ofreció muchas cartas de recomendación, y como favor especial me pidió que del Cuero adelantara un chasqui avisando mi ida; primero para que no se alarmasen los indios y segundo para que me recibieran como era debido.

Le pedí para el efecto un indio, y me dio uno lla-