Yo anduve unos cuantos días dando vueltas a ver si conseguía conversar con él, y al fin lo conseguí.
Me contó lo que había.
No era nada.
Todo era por hacernos mal.
Querían que saliéramos del pago.
Empezaban con él, seguirían conmigo.
A fuerza de plata, vendiendo cuanto teníamos, logramos que lo largaran.
Para esto el Juez dió en visitar á mi madre solicitándola, y yo me tuve que casar con Regina, porque su padre fué quien más dinero nos prestó para comprar la libertad del mío.
Desde el día en que mi padre salió de la prisiónesa noche me casé yo, ya no hubo paz en mi casa.
El hombre se puso tristón, no lo pasaba sino en riñas con mi madre.
Se le había puesto que la pobre había andado en tratos con el Juez, por su libertad; creía que todavía andaba.
¡Y qué había de andar, mi Coronel, si era una mujer tan santa!
Pero ya sabe usted lo que es un hombre desconfiado.
Mi padre lo era mucho.
—¿Y á ti cómo te iba con la Regina ?—le pregunté al llegar á esta altura del relato.
—Como el diablo—me contestó.
—Pero, antes me has dicho que la querías y que te gustaba—agregué.
—Es verdad, señor, pero es que á la Dolores la quería mucho también, y me gustaba más—repuso.
—¿Y la veías ?—proseguí.
—Todas las noches, señor, y de ahí vino mi desgracia y la de toda mi familia contestó con amargura, envolviéndose en una nube de melancolía.