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XXV

Gracias a Dios —Empieza el ceremonial —Apretones de mano y abrazos. De cómo casi hube de reventar.—Por algo me habia de hacer célebre yo.—¿Qué más podían hacer los bárbaros?

Mucho me había costado llegar á Leubucó y asentar mi planta en los umbrales de la morada de Mariano Rosas.

Pero ya estaba allí, sano y salvo, sin más pérdidas que dos caballos, sin más percances que el susto á inmediaciones de Aillancó, á consecuencia de la extraña y fantástica recepción del cacique Ramón.

Haber pretendido otra cosa habría sido querer cruzar el mar sin vientos ni olas; andar en las calles de Buenos Aires en verano sin polvo, en invierno sin lodo, lavarse la cara sin mojársela: ó como dice el refrán, comer huevos sin romper cáscaras.

Me parece que tenía por qué conceptuarme afortunado, ó en términos más cristianos, por qué darle gracias al que todo lo puede, como en efecto lo hice, exclamando interiormente: ¡Loado sea Dios!

Con el caballo de la brida, esperaba indicaciones para adelantarme á saludar á Mariano Rosas, pasando en revista los personajes que tenía al frente, aunque