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Yo contesté, acompañándome todo el mundo.
¡Viva Mariano Rosas !
¡Viva el Presidente de la República !
¡Vivan los indios argentinos!
Había verdadero júbilo, los tiros de carabina y de fusil no cesaban, ni los cohetes, ni la infernal gritería, golpeándose la boca abierta con la palma de la mano.
Jorge Macías vino á mí y me abrazó llorando.
Como no me habían hecho ninguna indicación, me quedé junto á mi caballo, después de desmontarme.
Ya estaba aleccionado.
Hubo otro parlamento.
Le volveré á repetir: no es tan fácil como se cree llegar hasta hacerle un salam—alek á Mariano Rosas.