Yo comprendo el amor de Julieta y Romeo, como comprendo el odio de Silva por Hernani, y comprendo también la grandeza del perdón.
Pero no comprendo esos sentimientos que no responden á nada enérgico, ni fuerte, á nada terrible ó tierno.
Yo comprendo que haya en esta tierra quien diga:—Yo quisiera ser Mitre, el hijo mimado de la fortuna y de la gloria, ó sacristán de San Juan.
Pero que haya quien diga:—Yo quisiera ser el Coronel Mansilla,—eso no lo entiendo, porque al fin, ese mozo, ¿quién es?
Al General Arredondo, mi jefe inmediato entonces le debo, querido Santiago, el placer inmenso de haber comido una tortilla de huevos de avestruz en Nagüel Mapo, de haber tocado los extremos una vez más. Si él me niega la licencia, me quedo con las ganas, y no te gano la delantera...
Siempre le agradeceré que haya tenido conmigo esa deferencia, y que me manifestara que creía muy arriesgada mi empresa, probándome así que mi suerte no le era indiferente. Sólo los que no son amigos pueden conformarse con que otro muera estérilmente... y en la obscuridad.
La nueva línea de fronteras de la Provincia de Córdoba, no está ya donde tú la dejaste cuando pasaste para San Luis, en donde tuviste la fortuna de conocer aquel tipo que te decía un día en el Morro:—¡Yo no deseo, señor don Santiago, visitar la Europa por conocer el Cristal Palais, ni el Buckingham Palace, ni las Tullerías, ni el London Tunnel, sino por ver ese Septentrión! ¡¡ese Septentrión!!
Está la nueva línea sobre el Río 5.º, es decir, que ha avanzado veinticinco leguas, y que al fin se puede