enanos del patriotismo que recompensa bien, ¡ héroes del siglo de oro!
Era la ausencia completa del sentimiento del deber, —el horror de toda disciplina.
Ellos tenían bastante sagacidad para comprender que yendo á robarle á cualquiera, por mi orden, yo me hacía su cómplice.
Yendo á robarles á los indios, el juego cambiaba de aspecto; tenían que ir como soldados. Llegaron tal vez á imaginarse que era una jugada mía para reclutarlos.
Lo comprendí así.
Estuve dispuesto á despacharlos. Pero ya estaban allí.
Les hice entender que eran hombres libres; que podían conchabarse ó no; que nadie les obligaba; que podían retirarse si querían.
Se convencieron de que no había en el conchabo más riesgos que el de la vida, y se arregló todo.
Les di buenos caballos, los vestí, les di carabinas de las que hicieron recortados y una lata de caballería para llevar entre las caronas.
Y partieron...
Mis órdenes eran robarle al indio Blanco.
El Cautivo era baqueano del Cuero.
Lo que trabajasen sería para ellos.
Volvieron con algo. No se trabaja y se expone el cuero sin provecho, discurren los menos calculadores.
Se repitió la excursión, tres veces más, hasta que el indio blanco se alejó. El no podía calcular detrás de los voluntarios de la Pampa cuántos más iban.
Confieso que al mandar aquellos diablos á una correría tan azarosa me hice esta reflexión: si los pescanó los matan poco se pierde.