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de que se vale se dejan seducir por los ladrones; 3.º, porque este procedimiento no le reporta ningún beneficio al juez.

El segundo modo es el que se practica con más generalidad.

Le roban á un indio una tropilla de yeguas, por ejemplo.

Es Fulano, dice por adivinación, ó porque lo sabe.

Cuenta el número de hombres de armas de llevar que tiene en su casa, recluta á sus amigos, se arman todos, le pegan un malón al ladrón, y le quitan el robo y cuanto más pueden.

Generalmente no hay lucha, porque los que van á vindicar la justicia son más numerosos que los que acaudilla el ladrón. Contra la fuerza toda la resistencia es inútil, máxime si no se tiene razón.

Hecho esto, se le da cuenta al cacique, y de lo que á título de indemnización se ha quitado se le hace parte. Este hecho hace inútil todo reclamo ante él.

Es perder tiempo.

El indio que vaya á decirle: Yo le robé á Fulano diez yeguas. Me las ha quitado anoche, y cincuenta más, recibirá esta contestación:

—¿Para qué robaste, pues? Róbale vos otra vez, y quitale lo que te ha robado.

Cuando llegaba á esta parte de mis investigaciones sobre la justicia pampa, le pregunté á San Martín:

—¿Y cuando le roban á un indio pobre, que tiene poca familia y pocos amigos, y el ladrón es más fuerte que él, qué hace?

—Nada—me respondió.

—¿Cómo nada?

—Señor, si aquí es lo mismo que entre los cristianos; los pobres siempre se embroman.

Calixto Olazábal metió su cuchara, y quemándose