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vaba á la boca. La confianza de aquellos convidados de piedra de cuatro patas liegó á ser tan impertinente, que para que nos dejaran comer en paz hubo que tratarlos á la baqueta.

—Pero hombre—le dije á San Martín,—aquí no respetan nada. ¡Será posible que se atrevan i robarme mis caballos hasta del corral de Baigorrita?

—Qué, señor, si son muy ladrones estos indios; el otro día, no más, se le han perdido sus caballos á Baigorrita, lo tienen á pie—me contestó.

—¿Y qué ha hecho?

—Los andan campeando.

—Entonces aquí viven robándose los unos á los otros?

—Así no más viven, ya es vicio el que tienen.

—¿Y qué hacen con lo que roban?

—Unas veces se lo comen, otras se lo juegan, otras lo llevan y le cambaiachean en lo de Mariano ó en lo de Ramón, ó se van á lo de Calfucurá, ó se mandan cambiar á Chile.

—¿Y se castiga á los ladrones?

—Algunas veces, señor.

—¿Pero cuando á un indio le roban, qué hacen ?

—Según y conforme, señor. Unas veces le pone la queja al cacique, otras él mismo busca al ladrón y le quita á la fuerza lo que le han robado.

Le hice algunas preguntas más, y de sus contestaciones saqué en conclusión que la justicia se administraba de dos modos: por medio de la autoridad del cacique y por medio de la fuerza del mismo damnificado.

El primer modo es menos usual.

1. Porque mientras el cacique manda averiguar quiénes son los ladrones, se descubre el hecho y se prueba se pasa mucho tiempo; 2.º, porque los agentes