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su tribu, sino que peleó é hizo correr sangre, para venirse á Junín junto con el regimiento 7.º de caballería de línea, que guarnecía la frontera de Córdoba; se pasó al ejército del general Mitre, que se organizaba en Rojas, meses antes de la batalla de Pavón.

Con estos antecedentes y tantos otros que podría citar, para que se vea que nuestra civilización no tiene el derecho de ser tan rígida y severa con los salvajes, puesto que no una vez sino varias, hoy los unos, mañana los otros, todos alternativamente hemos armado su brazo para que nos ayudaran á exterminarnos en reyertas fratricidas, como sucedió en Monte Caseros, Cepeda y Pavón; con estos antecedentes, decía, se comprenden y explican fácilmente las precauciones y temores de Mariano Rosas.

Así fué que al notificarme que Camargo me acompañaría, me felicité de ello y le di las gracias.

Me había propuesto hacer consistir mi diplomacia en ser franco y veraz. Me parecía un deber de conciencia y una regla imprescindible de conducta, en mi calidad de cristiano, nombre que debía procurar á toda costa dejar bien puesto. De consiguiente, nada tenía que temer de la fiscalización de mi astuto agregado.

Eran las dos y media de la tarde cuando nos movimos de Leubucó, alegres y contentos, felices y esperanzados, lo mismo que al salir del Fuerte Sarmiento.

Es tan agradable el varonil ejercicio de correr por la Pampa, que yo no he cruzado nunca sus vastas llanuras, sin sentir palpitar mi corazón gozoso !

Mentiría si dijese que al oir retemblar la tierra bajo los cascos de mi caballo, he echado alguna vez de m>nos el ruido tumultuoso de las ciudades, donde la existencia se consume en medio de tan variados placeres.

Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del de sierto, su cielo, su sublime y poética soledad á estas