Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/322

Esta página no ha sido corregida
— 318 —

En esas pláticas íbamos, cuando la luna, rompiendo al fin los celajes que se oponían á que brillara con todo su esplendor, derramó su luz sobre la blanca sábana de un vasto salitral, de cuya superficie refulgente y plateada, se alzaron innumerables luces, como si la tierra estuviera sembrada de brillantes y zafiros.

Era un espectáculo hermosísimo; la luna, las estrellas y hasta las mismas opacas nubes, se retrataban en aquel espejo inmóvil, haciendo el efecto de un cielo al revés.

Las huellas de la última invasión que por allí había pasado, estaban aún impresas en el suelo cristalino.

Hice alto un momento, probé la sal y era excelente.

Los indios que viven más cerca de allí, la recogen en grandes cantidades y hacen uso de ella para cocinar, sin someterla á ninguna preparación previa Seguimos la marcha; un rato después estábamos en Agustinillo, acampados al borde de una linda laguna y al abrigo de grandes chañares.

Hice tender mi cama, porque hacía fresco, lo más cerca posible del fogón, y mientras preparaban un asado, estando mis miembros fatigados y hallándonos completamente fuera de peligro, traté de echar un sueño.

¡ Imposible dormir !

Mi mente, predispuesta á la meditación, no se dejaba subyugar por la materia.

Pensaba en las escenas extraordinarias que algunos días antes eran un ideal, gozaba en la contemplación de ellas, y me decía en ese lenguaje mudo y grave con que nos habla la voz del espíritu en sus horas de reconcentración: la miseria del hombre consiste en ver frustradas sus miras y en vivir de conjeturas; porque la realidad es el supremo bien y la belleza supiema.

En efecto, entre el ideal soñado y el ideal realizado,