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campo los cinco animales, incorporándolos a las tropillas.

¿A quién pertenecían?...

Aquella noche comprendí la tendencia irresistible de nuestros gauchos á apropiarse lo que encuentran en su camino, murmurando interiormente l aforismo de Proudhon: «la propiedad es un robo».

Mora dijo:

—Han de ser de los indios.

Yo contesté :

—El que roba á un ladrón tiene cien días de perdón.

Contentos con el hallazgo nos reíamos á carcajadas, resonando nuestros ecos por la espesura...

De repente oyéronse unos silbidos, que llamando mi atención, me hicieron recogerle las riendas al caballo y cambiar el aire de la marcha.

Los silbidos seguían saliendo de diferentes direcciones.

—Han de ser indios—me dijo Mora.

—¿Qué indios?—le pregunté.

—Los de la Jarilla.

—¿Y por qué silban?

—Nos han de haber sentido y no saben lo que es.

Mora me inspiraba confianza, hice alto; pero temiendo una celada, me dispuse á la lucha, haciendo que mis cuatro compañeros echaran pie á tierra.

Si son más que nosotros, me dije, pie á tierra somos más fuertes, y si no vienen con mala intención, se acercarán á reconocernos.

Efectivamente, apenas nos desmontamos, aparecieron siete indios armados de lanzas.

La luna asomaba en aquel mismo momento como un filete de plata luminoso, por entre un montón de nubes.

—Háblales en la lengua—le dije á Mora.

Mora obedeció dirigiéndoles algunas palabras.