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ma común de los abrevaderos pampeanos,—la de una honda taza.

Cuando el desertor ó el bandido, que se refugia entre los indios, sediento y cansado, zumbándole aún en los oídos el galopar de la partida que le persigue, llega á la laguna del Bagual, recién suspira con libertad, recién se apea, recién se tiende tranquilo á dormir el sueño inquieto del fugitivo.

Saliendo de las tolderías, sucede lo contrario; allí se detiene el malón organizado, grande ó chico, ei indio gaucho que solo ó acompañado, sale á trabajar de su cuenta y riesgo, el cautivo que huye con riesgo de la vida.

Una vez en los médanos del Bagual, el que entra ya no mira para atrás, el que sale sólo mira adelante.

El Bagual es un verdadero Rubicón, no tanto por la distancia que hay de allí á las tolderías, cuanto por su situación topográfica.

Es que por el camino del Bagual, entrando ó saliendo, jamás se carece de agua, de esa agua que es el más formidable enemigo del caminante y de su valiente caballo, en el desierto de las pampas Argentinas.

Al Sud, avanzando hacia las tolderías, Ranquilco y el Médano Colorado ofrecen seguras aguadas y pasto, quedando sobre el mismo camino.

Era temprano aún, había galopado bien; y no teniendo por qué apurarme, seguí la marcha á ver si llegaba á Agustinillo antes de salir la luna.

Galopábamos cruzando las sendas tortuosas de un monte espeso, cuando distinguimos cinco bu'tos á derecha é izquierda del camino.

—¿Qué es eso ?—le pregunté á Camilo.

—Son caballos—me contestó.

—Pues arreemos con ellos—agregué.

Y esto diciendo formamos un ala y arrebat imos del