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cosa á la que creo no se opone la orden de Nuestro R. P. San Francisco, también era superior el moro que maltrató usted la vez pasada.

Aquella marcha ha dejado recuerdos imperecederos en la memoria de los que la hicieron; y no hay ninguno de ellos que no esté de acuerdo con la teoría que he desarrollado en mi carta anterior, á propósito de las hablillas que tuvieron lugar cuando hice alto á la vista de la Verde.

Las sombras de la noche iban envolviendo poco a poco el espacio, los accidentes del terreno desaparecían entre las tinieblas, flotábamos en un piélago obscuro como el de la primera noche del Génesis—como dicen en la tierra, estaba toldado, las estrellas no podían enviarnos su luz al través de los opacos nubarrones que á manera de inmensa sábana mortuoria, se habían extendido por cielo.

Hacía algunas horas que trotábamos y galopábamos.

Un punto negro, más negro que la negra noche, aparecía á corta distancia, en las mismas dereceras de la rastrillada, alzándose como un fantasma colosal, y un ruido que no se oye sino en la pampa, á la orilla de las lagunas, cuando la creación duerme, íbase haciendo cada vez más perceptible.

Era que íbamos á llegar á la laguna del Bagual.

El fantasma ese era un médano cubierto de arbustos; el ruido peculiar, el cuchicheo nocturno de las aves, que murmuran sus inocentes amores, salvándose del inclemente rocío entre las pajas.

La laguna del Bagual es por este camino .n punto estratégico como lo es por el otro la Verde: se seca rara vez, siendo fácil hacer brotar el agua por medio de jagüeles, y no tiene nada de notable, presentando la for-