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tinto del animal que su libertad había concluido; viéndome salir sin él, prorrumpió en alaridos que desgarraban el corazón.

¡Quién sabe cuánto tiempo ladró!

Probablemente no se cansó de ladrar y Ramón, cansado de sus lamentaciones, le soltó viéndonos ya lejos.

Brasil se dijo probablemente también, viéndose suelto:

Ils vont, l'éspace est grand, pero yo les alcanzaré, y se lanzó en pos de nosotros huyendo de aquella tierra donde los de su especie le habían hecho perder la buena opinión que tuviera de la humanidad.

Los dos polvos avanzaban hacia nosotros con celeridad.

Teníamos la vista clavada en ellos.

De repente, la nube más cercana se condensó Camilo Arias gritó:

—¡Ahí lo bolean !

Lo confieso, persuadido de que era Brasil que venía hacia nosotros, las palabras de Camilo me hicieron el mismo efecto que me habría hecho en un campo de batalla ver caer prisionero á un compañero de peligros y de glorias.

Los buenos franciscanos estaban pálidos, mis oficiales y los soldados tristes.

El mal no tenía remedio.

—Vamos—dije, y partí al galope.

—¿Y qué, lo dejamos?—exclamaron los franciscanos.

—Vamos, vamos—contesté; y una idea fijó mi mente, mortificándome largo rato.

¿Por qué, me preguntaba, pensando en la suerte de Brasil, no ha de tener alma como yo un ser sensible, que siente el hambre, la sed, el calor y el frío; en dos palabras: el dolor y el placer sensual como yo?

UNA EXCURSIÓN 20.—TOMO II