Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/306

Esta página no ha sido corregida
— 302 —

hora de proseguir la marcha, mandé poner los fres y cinchar.

Al tiempo de movernos descubriéronse á retaguardia dos polvos siguiendo la misma dirección de la rastrillada, siendo más pequeño el que estaba más cerca de nosotros, que el que remolineaba más lejos.

—Es uno que corre un avestruz—decían éstos; — es uno que corre una gama—decían aquéllos; no es nada de eso—decía Camilo Arias—es un indio que corre una cosa que no es animal del campo.

Mis oficiales y yo observábamos, haciendo conjeturas, y hasta los franciscanos que se iban haciendo gauchos, metían su cuchara calculando qué serían los tales polvos.

Ya estábamos á caballo.

Yo vacilaba; quería seguir y salir de dudas.

Camilo Arias, cuya mirada taladraba el espacio, por decirlo así, hasta tocar los objetos, dijo entonces con su aire de seguridad habitual:

—Es un indio que corre un perro.

—Ha de ser Brasil que se ha de haber escapadoexclamaron varios á una.

Y los dos franciscanos:

—¡Pobrecito! ¡Cuánto me alegro!

Y esto diciendo, me miraron como reprochándome una vez más lo que había hecho en Carrilobo.

Mi pecado no era grande, empero.

Estábamos conversando con Ramón en su toldo, cuando el valiente Brasil,—hablo del perro—vino mansamente á echarse á mi lado, mirándome como quien dice: ¿cuándo nos vamos de esta tierra? meneando al mismo timpo la cola como un plumero, como cuando con una sonrisa afable ó con una palmada cariñosa queremos neutralizar el efecto de una frase picante.