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vez que oían la voz de alto y la orden de saquen los frenos: ¡ bendito sea este Coronel!

Lo repito, viajando sucede lo mismo que leyendo.

Las lecturas más largas son esas en las que no hay alteración ni en la decadencia ni en la dicción.

El autor de la tragedia Leonidas había invitado varios de sus amigos para leerles una nueva composición.

Nadie se hizo esperar.

A la hora convenida doce jueces selectos, entre los que había algunos académicos, se hallaban reunidos ocupando cómodos sillones, y enfrente de ellos, con una mesa por delante, el poeta.

La lectura empezó leyendo el mismo autor, que poseía el arte de hacer magníficos versos; pero que no sabía leer.

Leía con una voz sepulcral monótona é invariable.

Durante la primera media hora la amistad soportó el suplicio, aplaudiendo los dos primeros actos.

Terminaba el tercero, y como el autor no oyese la más leve muestra de aprobación, levantó la vista del manuscrito, y echando una mirada á su alrededorencontró que el auditorio dormía profundamente.

Comprendiendo lo que había pasado, apaga las luces, y en lugar de continuar leyendo, se pone á declamar á obscuras el resto de la tragedia que sabía de meinoria.

La lectura en alta voz y la declamación son dos irtes diferentes.

Todos se despiertan exclamando: ¡ bravo! ¡ bravo!

autor no se detiene, sus amigos creen que aquello es un sueño, que están ciegos, porque abren los ojos y nada ven, vuelven en sí después de un momento de espanto y la escena termina con esta enseñanza útil: