Atíncar.
Ramón había ido enumerando las palabras anteriores, sin necesidad de lenguaraz, pronunciándolas correctamente.
Al oirle decir atíncar, le pregunté :
— Atíncar?
—Sí, atíncar—repuso.
—Dígame el nombre en lengua de cristiano.
—Así es, atíncar.
Iba á decirle: ese será el nombre en araucano; pero me acordé de las lecciones que acababa de recibir, de mi humillación en presencia del fuelle, de mi humillación ante doña Fermina, discurriendo como un filósofo consumado y en lugar de hacerlo, le pregunté :
—i Está usted cierto?
—Cierto, atíncar es, así le llaman los chilenos; y esto diciendo se levantó, se acercó á la fragua, metió la mano en un saquito de cuero que estaba colgado al lado de la horqueta de una tijera del techo, y desenvolviéndolo y pasándomelo, me dijo:
—Esto es atíncar.
Era una substancia blanquecina, amarga, como la sal.
Apunté atincar, convencido que la palabra no era castellana.
En cuanto llegué al Río 4.°, uno de mis primeros cuidados fué tomar el diccionario.
La palabra atincar trotaba por mi imaginación.
Atíncar hallé en la página 82, masculino, véase :
bórax.
—¡Alabado sea Dios!—exclamé.—Yo sabía lo que era bórax; sabía que era una sal que se encuentra en disolución en ciertos lagos; sabía que en metalurgia se la empleaba como fundente, como reactivo y como