Pensé un momento para mis adentros, que en Ca rrilobo soplaba un viento mucho mejor que en Leubucó, como que Ramón no tenía á su lado cristianos que le adularan; que era el indio más radical en sus cos tumbres; el que me había recibido más á la usanza ranquelina, era el que se manifestaba á mi regreso más caballero y cumplido; y acabé por hacerme esta pregunta: ¿El contacto de la civilización será corruptor de la buena fe primitiva ?
Sentí el cencerro de las tropillas que llegaban, mandé ensillar y le dije á Ramón:
—Bueno, amigo, ¿qué tiene que encargarme?
—Necesito algunas cosas para la platería—me contestó.
—Yo se las mandaré, y esto diciendo saqué mi libro de memorias para apuntar en él los encargos añadiendo, que son:
—Un yunque.
—Bueno.
—Un martillo.
—Bueno.
—Unaş tenazas.
—Bueno.
—Un torno.
—Bueno.
—Una lima fina.
—Bueno.
—Un alicate.
—Bueno.
—Un crisol.
—Bueno.
—Un bruñidor.
—Bueno.
—Piedra lápiz.
—Bueno.