Añadió:
—Yo conozco la razón; ¡ usted cree que no me gustaría á mí vivir como Coliqueo? (1) ¡ Pero cuándo van los otros!
¡Están muy asustadizos! Es preciso que pase mu cho tiempo para que le tomen gusto á la paz.
Yo repuse:
— Entonces usted cree que es mejor vivir juntos y no desparramados?
—Ya lo creo—me contestó,—viviendo así tan lejos unos de otros, todos son perjuicios, no hay comercio.
Llegaron algunas visitas. Tuve que recibirl.s. Entre ellas venía el padre de Ramón, un indi valetudinario y setentón. Me contó su vida, sus servicios, me ponderó sus méritos con un cinismo comparable solamente al de un hombre civilizado; me dijo que había abdicado en su hijo el gobierno de la tribu, porque Ramón era como él, me hizo mil ofertas, mil protestas de amistad y por último me pidió un chaqueta de pa ño forrado en bayeta.
Me avisaron que la carneada estaba hecha; mandé arrimar las tropillas le previne á Ramón que ya pensaba marcharme, á lo cual contestó que yo era dueño de mi voluntad ; que cómo había de ser, si no podía hacerle una visita más larga y que iba á tener el gusto de acompañarme con algunos amigos hasta por ahí.
Le di las gracias por su fineza, le manifesté que para qué quería incomodarse, que no hiciera ceremonia, y me respondió que no había incomodidad en cumplir con un deber, que quizá no nos volveríamos á ver.
Yo no tenía qué replicar.
(1) Coliqueo, indio amigo establecido en su tribu entre los departamentos de Junín y 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires.