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dome en el Tratado de paz y le decía que en la Verde esperaba su contestación; que á la tarde estaria allí.

Ramón vino á hablar conmigo y me manifestó su disgusto por el hecho; me dijo que había de ser Wenchenao, calificándolo de gaucho ladrón y me preguntó que á qué hora pensaba ponerme en marcha.

Le dije que en cuanto medio quisiera ladear el sol, estilo gauchesco, que vale tanto como después de las doce.

Me hizo presente que entonces había tiempo de carnear una res gorda y unas ovejas para que llevara carne fresca.

Le expresé que no se incomodara, y me hizo entender que no era incomodidad sino deber y que extrañaba mucho que Mariano Rosas me hubiera dejado salır de Leubucó sin darme carne.

En efecto, de allí habíamos salido con una mano atrás y otra adelante, resueltos á comernos las mulas.

Yo había hecho el firme propósito de no pedir que comer á nadie.

Era una cuestión de orgullo bien entendida en una tierra donde los alimentos no se compran; donde el que tiene necesidad pide con vuelta.

Trajeron una vaca gorda y dos ovejas, mandé á mi gente á carnearlas entramos con Ramón á la platería.

El indio me habló así:

—Yo soy amigo de los cristianos, porque me gusta el trabajo; yo deseo vivir en paz, porque tengo qué perder; yo quiero saber si esta paz durará y si me podré ir con mi indiada al Cuero, que es mejor campo que éste.

Le contesté:

—Que me alegraba mucho de oirlo discurrir asi; que eso probaba que era un hombre de juicio.