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postró de hinojos ante ellos y con efusión ferviente tomó los cordones del padre Marcos, después los del padre Moisés y los besó repetidas veces.

Los buenos franciscanos, viéndola tan angustiosa, la exhortaron, la acariciaron paternalmente y consiguieron tranquilizarla, aunque no del todo.

Sollozaba como una criatura.

Partía el corazón verla y oirla.

Calmóse poco á poco y nos relató la breve y tocante historia de sus dolores.

Doña Fermina confirmaba todas sus referencias.

La vida de aquella desdichada de la Cañada Honda, mujer de Cruz Bustos, era una verdadera viacrucis.

La tenía un indio malísimo llamado Carrapí.

Estaba frenéticamente enamorado de ella, y ella resistía con heroísmo á su lujuria.

De ahí su martirio.

—Primero me he de dejar matar, ó lo he de matar yo, que hacer lo que el indio quiere, decía con expresión enérgica y salvaje.

Doña Fermina meneaba la cabeza y exclamaba :

—¡ Vea qué vida, señor!

Yo estaba desesperado.

¿Qué otro efecto puede producir la simpatía impotente ?

Nada podía hacer por aquella desdichada, nada tenía que darle.

No me quedaba sino lo puesto.

Ni pañuelo de manos llevaba ya.

Doña Fermina me contó que Carrapí no quería venderla para que la sacaran, y que un cristiano, por caridad, la andaba por comprar.

El indio pedía por ella veinte yeguas, sesenta pesos bolivianos, un poncho de paño y cinco chiripáes colorados.