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dos los recursos de la civilización, si por necesidad 3 afición á las artes liberales me hubiese propuesto hacer un fuelle; se me ocurría que quizás habría tenido que darme por derrotado, cuando un cautivo, blanco y rubio, de doce á catorce años, entró en el galpón y después de saludarme con el mayor respeto tratándome de usía, me dijo:

—Dice el cacique Ramón que si se le puede ver ya ; que cómo ha pasado la noche.

Le contesté que estaba á su disposición, que podía verme en el acto, si quería, y que había dormido muy bien.

Salió el cautivo, y un momento después se presentó Ramón, vestido como un paisano prolijo, aseado que daba gusto verle; sus manos acostumbradas al trabajo, parecían las de un caballero, tenía las uñas irreprochablemente limpias, ni cortas ni largas y redondeadas con igualdad.

No estuvo ceremonioso.

Al contrario, me trató como á un antiguo conocido, me repitió que aquella era mi casa, que dispusiera de él, me anunció que ya me iban á traer el almuerzo, que más tarde me presentaría á su familia y me dejó solo.

En seguida volvió, se sentó y trajeron el almuerzo.

Era lo consabido, puchero con zapallo, choclos, asado, etc.

Todo estaba hecho con el mayor esmero; hacía mucho tiempo que yo no veía un caldo más rico.

Durante el almuerzo hablamos de agricultura y de ganadería.

El indio era entendido en todo.

Sus corrales eran grandes y bien hechos, sus sementeras vastas, sus ganados mansos como ninguno.

Es fama que Ramón ama mucho á los cristianos; lo cierto es que en su tribu es donde hay más.