do como tanto hijo de vecino, á la dura ley del trabajo, cuando innumerables prójimos desperdician lo superfluo y aun lo necesario!
¡Qué hacer! el mundo está organizado así y el Eclesiastes, que sabe más que mi amigo y yo juntos, dice:
«El insensato tiene los brazos cruzados y se consume diciendo:
»Lleno el hueco de una mano, con reposo, vale más »que las dos llenas con trabajo y mortificación de es»píritu.» Con la luz del día examiné el lecho en que había dormido tan cómodamente, como en elástica cama á la Balzac provista de sus correspondientes accesorios, almohadones de finísimas plumas y sedosos cobertores.
Eran unos cueros de potro mal estaqueados y unas pieles de carnero, la cabecera un mortero cubierto con mis cojinillos.
En seguida tendí la vista á mi alrededor.
En Tierra Adentro yo no había pernoctado bajo techumbre mejor.
El toldo del cacique Ramón superaba á todos los lemás.
Mi alojamiento era un galpón de madera y paja, de doce varas de largo por cuatro de ancho y tres de alto.
Estaba perfectamente aseado.
En un costado, se veía la fragua y al lado una mesa de madera tosca y un yunque de hierro.
Ya he dicho que Ramón es platero y que este arte es común entre los indios.
Ellos trabajan espuelas, estribos, cabezadas, pretales, aros, pulseras, prendedores y otros adornos femeninos y masculinos, como sortijas y yesqueros.
Funden la plata, la purifican en el crisol, la ligan, la baten á martillo, dándole la forma que quieren y la cincelan.