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Corriéndolas Brasil, husmeó un rastro de jinetes y caballos.

—Por allí debe de ir Rufino Pereyra,—que era uno de mis asistentes de confianza que faltaba,tropilla—dijo Camilo al oirlo.

—con su Un momento después oyéronse con más fuerza los ladridos de Brasil y de otros de su jaez.

A no dudarlo, íbamos á llegar al toldo de Ramón ó á otro.

Seguimos la dirección de los ladridos, y al llegar á un gran corral, apareció Rufino Pereyra con su tropilla.

La madrina había perdido el cencerro en el carquejal del bañado salitroso.

Estábamos en donde queríamos.

Me aproximé al toldo.

Salió un indio—me dijo que Ramón había estado en pie, con toda la familia, esperándome, hasta media noche con la cena pronta; que no se levantaba porque estaba medio indispuesto, que me apeara, que aquella era mi casa, que me acomodase como gustara.

Eché, pues, pie á tierra, me instalé en el espacioso salón, donde Ramón tenía la fragua de su platería, se acomodaron los caballos, se recogieron de la huerta zapallos choclos en abundancia, se hizo fuego; cenamos y nos acostamos á dormir alegres y contentos, como si hubiéramos llegado al palacio de un príncipe y estuviéramos haciendo noche en él.

¡ Cuán cierto es que el arte de la felicidad consiste en saber conformar los deseos á los medios y en desear solamente los placeres posibles !