Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/275

Esta página no ha sido corregida
— 271 —

ningún monte que atravesar, mandé echar las tropillas por delante para que los animales montados marcharan más ganosos.

Le previne á Camilo que cada diez minutos hiciera alto para que no nos fuéramos á extraviar, por no oir los cencerros, ¡ en marcha! grité y partieron todos.

Yo me detuve un instante á encender un cigarro.

Encendiéndolo estaba, cuando una sombra se acercó á mi lado.

Reconocí una mujer.

—Aquí vengo á traerle esto me dijo, poniendo en mis manos un pequeño envoltorio de papel.

—¿Y qué es eso?—le pregunté.

—Es un recuerdo.

—¡Un recuerdo?

—Sí, una faja pampa, bordada por mí.

—Gracias, ¿por qué se ha incomodado?

Dió un suspiro y con acento conmovido y tono de reproche amable, exclamó :

Incomodado!

—¡Adiós !—le dije, recogiendo mi caballo.

—¡Adiós !—me contestó tristemente.

—¡Adiós! ¡ adiós !—dijeron Villarreal y su mujer.

—¡Adiós! ¡ adiós!—repuse yo, y partí al galope, murmurando:

—Saben querer desinteresadamente y olvidar también.

No son ni ángeles, ni demonios.

Pero participan de las dos naturalezas á la vez.

Cuando son buenas, no hay nada comparable á ellas; cuando son malas, son execrables.

Y, con todos sus defectos, sus contradicciones y sus veleidades, la existencia sin ellas sería como una peregrinación nocturna por una tierra de hielo y bajo un cielo sin luz.