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de los que el mareo iba postrando ya; hediendo, gruñendo, vociferando, maldiciendo, riendo, llorando, acostados unos sobre otros, despachurrados, encogidos, estirados, parecían un grupo de reptiles asquerosos.

Sentí humillación y horror, viendo á la humanidad en aquel estado y entré en el toldo.

Mi gente estaba pronta.

Sólo Villarreal, su mujer y su cuñada, no estaban ebrios.

Me esperaban con agua caliente y todo preparado para cebarme un mate de café.

Tuve, pues, que sentarme un rato.

No siéndole posible acompañarme á Villarreal hasta el toldo de Ramón ni darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba achumada, lo que hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé á Camilo Arias, y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino.

Villarreal, como indio ladine, dió todas las señas del campo que debíamos cruzar; advirtió las rastrilladas que debían dejarse á la derecha ó á la izquierda, los bañados guadalosos que debían excusarse ; los médanos que debían rodearse, los que debían cruzarse trepando por ellos; los toldos y los sembrados que quedaban cerca de la morada del Cacique.

Una vez enterado Camilo de todo, me despedí de Villarreal y su familia.

Nos abrazaron á todos con cariño, rogando á Dios en lengua castellana, que tuviéramos feliz viaje, y nos acompañaron hasta el palenque, pidiéndonos, como lo hubieran hecho las gentes mejor criadas, mil disculpas por la pobrísima hospitalidad que nos habían dispensado.

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Como la noche estaba tan hermosa, y no teníamos