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mente perfectas; espiritualmente me parecían monstruosas.

¡Qué cabellos, qué ojos, qué boca, qué tez, qué gentileza tienen algunas!

Son hermosas como Niobe, dignas del amor de un dios olímpico.

Cualquier mortal daría cien vidas por ellas si cien vidas tuviera.

Y muriendo, todavía encontraría dulce la muerte después de tan supremo bien.

¡Pero qué corazón tienen!

Son inconmovibles como las rocas, frías como el hielo, volubles como el viento, olvidadizas como la mentira.

¡Qué feas, qué desairadas son otras !

Nadie repara en ellas.

Pero acercaos á su lado, oídlas, tratadlas.

¡Qué alma tienen !

Son buenas como la caridad, dulces como los querubines, puras como las auras del Elíseo.

Se puede vivir al lado de ellas y amar la vida.

¡Ah! ellas nos hacen comprender que hay una belleza cuyos encantos el tiempo no destruye, la belleza moral.

¿Por qué han de ser tan lindas y tan malas: por qué tanta donosura, al lado de tanta perfidia á veces?

¿Por qué esos rostros angélicos y esos corazones satánicos?

¿Por qué han de ser tan repelentes y tan buenas; por qué tanta seducción oculta, al lado de tanta exterioridad desagradable?

¿Por qué esas caras defectuosas y esos corazones que son un dechado?

¿Por qué ha hecho Dios cosas tan contradictorias, como una mujer adorable y mala?