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Trajeron unas cuantas gallinas cocidas y una hermosa olla de mazamorra muy bien preparada, tortas hechas al rescoldo y zapallo asado.

En un extremo del toldo se oía el ruido de la chusma ebria; casi todos los nichos estaban vacíos; en el que estaba detrás de mí dormía una vieja.

Tenía la cabeza apoyada en un brazo arrugado y flaco como el de un esqueleto y descubría un seno cartila ginoso que daba asco.

La cena empezó.

La mujer de Villarreal, viendo que yo no comía, me hizo una seña, se levantó y salió.

Salí tras de ella, y una vez afuera me dijo, con aire confidencial y brillándole los ojos como sólo le brillan á las mujeres cuando un pensamiento picaresco cruza por su imaginación.

—Carmen lo espera.

—¿Y dónde está mi comadre?

—Allí.

Me indicaba un toldo vecino.

Llamé á un soldado para que me acompañara; io confieso, tenía miedo de los perros; y mientras mis compañeros llenaban el precioso hueco del estómago fuí á hacer la visita prometida.

El hombre debe tener palabra con las mujeres, aunque ellas suelen ser tan pérfidas y tan malas; las cosas han de tener algún fin.