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Habíamos llegado al borde de una zanja.

Observamos atentamente el terreno, teníamos al frente un gran sembrado de maíz.

—Aquí es el toldo de Villarreal—dijo el capitán Rivadavia.

—Se oyen ladridos de perros—dijeron otros.

Costeamos la zanja en la dirección que indicó el 32pitán Rivadavia y dimos con otro sembrado de zapallos y sandías; nos costó hallar la rastrillada que conducía al toldo; pero guiados por los ladridos de los perros y por los fuegos, saliendo de un sembrado y entrando en otro, la hallamos al fin.

Llegamos al toldo.

Villarreal, su mujer y su hermana nos esperaban.

Eran las diez media.

Nos recibieron con el mayor cariño.

Yo no quería detenerme por lo avanzado de la hora.

Me instaron mucho y tuve que ceder.

Entramos en el toldo, que era grande y cómodo, le paredes pintarrajeadastecho Ardían en él tres grandes fogones.

—Señor—me dijo la mujer de Villarreal,—lo hemos esperado hasta hace un momento con unos corderos asados, pero viendo que era tan tarde que no llegaba, creíamos que ya no sería hasta mañana y acaban de comérselos los muchachos, que ahora se están divirtiendo; no han quedado más que los fiambres y la mazamorra, ¡ siéntense! ¡ siéntense! estén ustedes como en su casa.

Nos sentamos alrededor de uno de los fogones, y mientras nos secábamos y comíamos, mandé mudar ca ballos.

Yo no tenía hambre, en cambio Lemlenyi, Rodríguez, Rivadavia, Ozarowski y los franciscanos parecían animados de un entusiasmo gastronómico.