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—De algunos indios que más de una vez me dieron de comer.

—Y de Mariano Rosas también te despediste ?

—Por supuesto, no me ha tratado tan mai.

El esclavo no conoce su condición, sino cuando respira la atmósfera de la libertad, pensé y me dispuse á seguir la marcha.

  • En Carrilobo me esperaban con una cena en el oldo de Villarreal.

—Señor—me dijo Camilo,—el caballo del doctor está pesadón.

—Que lo muden.

Un instante después caminábamos.

Salimos del bosque y entramos en un campo quebrado y pastoso. Las martinetas se alzaban á cada paso espantando los caballos con el zumbido de su vuelo inopinado y rápido.

El cielo estaba limpio y sereno, la luna y las estrellas brillaban como luces de diamantes; de la borrasca no quedaban más indicios que unos nubarrones lejanos.

Lo mismo que luciérnagas en negra noche se divisaron unos fuegos.

A esa hora y en desierto, era sumamente extraño.

—El gaucho argentino tiene la inspiración de todos los fenómenos del campo.

De noche y de día es su talento.

—Esos fuegos han de ser en un toldo; los vemos por la puerta ó por alguna rotura de las paredes—dijo Camilo.

—¿Y en qué lo conoces ?—le pregunté.

—En que la llama no se mueve porque no tiene viento.

Así conversábamos cuando nuestros caballos se detuvieron de improviso.