Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/266

Esta página no ha sido corregida
— 262 —

Aaaaah!

Una voz contestó algo que no se pudo comprender bien. Continuamos telegrafiando de esa manera; el improvisado fanal ardía y los ecos de mi gente se perdían por la selva.

De repente se oyó una voz que á varios nos pareció conocida.

—Es el doctor Macías—dijo Camilo.

Efectivamente era su voz, ú otra tan parecida á la suya, que se confundían.

—¡Pronto! ¡ pronto! salgan unos cuantos y hagan señas, ordené, previniendo no perdieran de vista el fuego.

La voz seguía oyéndose.

—Es el doctor, señor, volvió á afirmar Camilo, añadiendo:

y viene con el caballo muy pesado.

—¿Y en qué le conoces, hombre ?

—Si se oyen ya hasta los rebencazos que le da; oiga, señor, oiga.

Mi oído no era de tísico como el suyo.

— Macías! Macías !—grité.

— Lucio! ¡ Lucio !—me contestaron.

Era élgritaban los hombres que Macías se presentó, como nosotros, hecho una sopa.

—¿Y qué es esto?—le pregunté.

—Me quedé atrás por despedirme de algunos conocidos; cuando salí de Leubucó, ustedes iban como á una legua, se divisaba muy bien el polvo, y no quise apurar mi caballo; subía yo al último médano, y ustedes llegaban á la orilla del monte; calculé mal el tiempo, obscureció y me perdí.

—¿Y de qué conocidos tenías que despedirte?

—¡Por acá! ¡ por acá !

acababa de destacar.