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Después lo sabremos.

Esperé á Macías un rato.

No apareció.

—Lo han de haber hecho quedar—me dijo el capitán Rivadavia ;—yo por eso le dije, cuando usted se puso en marcha, viéndolo que perdía el tiempo en despedidas: Siga, amigo, con el Coronel.

Estábamos en un bajo hondo; mandé dos hombres al galope á ver si divisaban algunos polvos.

Partieron, y cuando ya iba á obscurecer, volvieron diciéndome que nada se veía.

No era posible esperar más.

Hice algunas prevenciones sobre el orden de la marcha por el monte, porque la noche estaría muy obscura, y partimos.

¡Qué poco había durado la felicidad de Macías!