Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/258

Esta página no ha sido corregida
— 254 —

caído á Leubucó venía del Norte. Para pasar por las tolderías de Carrilobo y visitar á Ramón, tenía que tomar otro rumbo. Mariano Rosas no me ofreció baqueano. Partí, pues, solo, confiado en el olfato de perro perdiguero de Camilo Arias. Sólo me acompañaba el capitán Rivadavia, que regresaría de la Verde, para permanecer en Tierra Adentro hasta que llegasen las primeras raciones estipuladas en el tratado de paz.

¿Qué había determinado la mudanza de Mariano Rosas después de tantas protestas de amistad? Lo ignoro aún.

Galopábamos por un campo arenoso, yo iba adelante, Camilo Arias á mi lado, mi gente desparramada.

Era la tarde, el sol declinaba, en lontananza divisábamos un monte, cruzábamos una sucesión de médanos, tendía de vez en cuando la vista atrás, Leubucó se alejaba poco a poco, me parecía un sueño.

Llegamos á una aguadita, donde Camargo tenía su puesto. Hallé allí un compadre, el indio Manuel López, educado en Córdoba, que sabe leer escribi Eché pie á tierra para esperar que llegara toda mi gente y marchar unidos; íbamos á entrar en el monte y la noche se acercaba.

Sucesivamente se me incorporaron los que se habían quedado atrás. Viendo que faltaba Macías, pregunté por él. Ahí viene, me contestaron. Efectivamente, á poca distancia se veía el polvo de un jinete.

Llegó éste. Yo conversaba con Manuel López mirando en otra dirección. Al sentir sujetar un caballo, di vuelta, y creyendo ver á Macías, vi...... ¡ horrible visión! ¡horrible most horrible! al negro del acordeón. Quiso hacer sonar su abominable instrumento, se lo impedí.

¿Qué venía á hacer?