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¡ Macías! ¡ Macías! ¿Y para qué quiere ese dotor, hermano?—exclamó.

—Ya se lo he dicho á usted; Macías no es un cautivo. Usted está obligado por el Tratado á dejarlo en libertad, él quiere irse y usted no lo deja salir.

Se quedó pensativo...

Yo le observaba de reojo.

Llamó...

Vino un indio.

—Ayala—le dijo, y el indio salió.

Permanecimos en silencio.

Vino Ayala.

Mariano Rosas le habló así. Repito sus palabras casi textualmente:

—Coronel, mi hermano quiere sacarlo al dotor, yo pensaba dejarlo dos años más para que pagase lo que ha hecho contra ustedes, que son hombres buenos y fieles.

Ayala no contestó, sus ojos se encontraron con les míos.

—Coronel—le dije,—Macías es un pobre hombre, ¿qué ganan ustedes con que esté aquí? Sean ustedes generosos; si él no ha correspondido como debía á la hospitalidad que le han dispensado, perdónenlo, tengan ustedes presente que no es un cautivo, que el Tratado le obliga á mi hermano á dejarlo en libertad y que reteniéndolo me comprometen á mí, le comprometen á él y comprometen la paz que tanto nos ha costado arreglar.

Ayala no contestó, se encogió de hombros.

Mariano Rosas le miró con aire consultivo y le dijo:

—Resuelva, Coronel.

No le di lugar á que contestase y le dije:

—Amigo, piense usted que ese hombre no está aquí por su gusto, y que si ustedes se oponen á que salga,