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—despidió con un ademán, y no bien habían salido del toldo, me dijo:

—No tenga cuidado, hermano, nadie lo ha de incomodar en su viaje, ahora estamos de paces.

—Así lo espero.

Y sin darle tiempo á hablar, agregué :

—Hermano, mis caballos están prontos. Deseo me diga qué se le ofreceres.

Me hizo una porción de preguntas relativas al Tratado, me anunció en prenda de amisti, una invasión de Calfucurá á la frontera Norte de Buenos Aires por la Mula Colorada, me hizo varios encargos, y terminó pidiéndome, que las partidas corredoras de campo de mi frontera no avanzaran tanto al Sur, como tenían costumbre de hacerlo; fundándose en que eso alarmaba mucho á los indios; porque los que salían á boleadas, cruzaban siempre sus rastros y venían llenos de temoSatisfice sus preguntas sobre el Tratado, le ofrecí llenar sus encargos, le prometí que las partidas corredoras de campo harían el servicio de otro modo, y me quedé estudiosamente distraído con la mirada fija en el suelo.

—¿Se va contento, hermano?

En lugar de contestarle, miré como diciéndole: ¡y me lo pregunta usted?

—Yo he hecho todo cuanto he podido por servirle y porque lo pasara bien—me dijo.

—Así será; pero yo le he pedido una cosa y me la ha negado le contesté.

—¿Qué cosa, hermano?

—¿Para qué se lo he de decir ?

—Dígamelo, hermano.

—Me voy sin Macías, y usted sabe que es un compromiso para mí.